Un flechazo ante el tablero de ajedrez
Escrito por Olya Kaye
Jugar al ajedrez de forma simultánea contra 15 personas no fue un reto sencillo. Lo admito, estaba algo nerviosa. Era el otoño de 2009 y yo había practicado muy poco desde 2001. Estaba en baja forma, pero tenía 25 años y me atrevía con todo.
Solo se vive una vez y, además, ¿qué podía perder? Tenía intención de participar en la United Way Campaign, un evento organizado por la empresa en la que trabajo anualmente. Así que decidí celebrar una simultánea de ajedrez con el fin de recaudar dinero para los más desfavorecidos.
En el peor de los casos perdería todas las partidas, no lograría recaudar fondos, me sentiría muy avergonzada y reconocería mi derrota. En el mejor, por otro lado, ganaría todos los encuentros y recaudaría mucho dinero. Y sin embargo, ¡el plan fue infinitamente más productivo de lo que nunca habría imaginado!
Después de ganar el Campeonato de Canadá Femenino en 2001, abandoné el ajedrez competitivo para centrarme en mis estudios y en mi carrera profesional. Volver a jugar después de un parón tan prolongado era como aprender a cruzar la calle de nuevo. Miras a izquierda y derecha para ver si vienen coches o autobuses y de repente ¡boom! ¡Recibes el impacto de un avión!
En las semanas previas a la simultánea, me inscribí en un club de ajedrez local para recuperar un poco las sensaciones. Pero, para horror mío, no paraba de colgarme piezas a cada instante, “Ups, me comieron la dama. Ups, no me di cuenta de ese jaque mate.” ¡Vaya!
Pues sí, regresar al ajedrez después de intervalo tan largo de tiempo no es asunto sencillo. Requiere, principalmente, valor para hacer frente a tu propio ego. “¿Aceptarás cometer errores infantiles? ¿Entrarás en pánico al jugar a un nivel muy inferior al que estabas acostumbrado cuando lo dejaste? ¿Abandonarás la idea para preservar la dignidad de tus logros del pasado?” Gané mi primera batalla psicológica en el momento en el que me di cuenta de que mi ego tenía muy poco poder sobre mis derrotas y las partidas que perdía de forma sonrojante. Era una lucha contra mis propios miedos y demonios que me decían “no lo hagas”. Fue así como empecé a recuperar mi destreza ajedrecística.
Existía únicamente un problema: jugar contra 15 oponentes al mismo tiempo es muy diferente a enfrentarse a una sola persona.
Existía únicamente un problema: jugar contra 15 oponentes al mismo tiempo es muy diferente a enfrentarse a una sola persona. Se trata de un reto muy complicado, ya que precisa de una gran memoria, concentración, valoración, cálculo y toma de decisiones. Además, las piernas comienzan a dolerte después de llevar un rato de pie—especialmente si eres mujer y llevas tacones. Asimismo, la simultánea es un espectáculo abierto al público, por lo que todos ven cada una de las jugadas que haces. Y en mi caso, el hecho de ser una mujer y enfrentarme únicamente contra hombres hacía que la expectación y la presión fuesen mucho mayores. “¿Será capaz de aguantar? ¿Se vendrá abajo?” se preguntaban mis compañeros.
A las 12 en punto del día siguiente comencé mi maratón de ajedrez. La sala que acogía el evento estaba atestada de espectadores, todos ellos trabajadores de mi compañía de diferentes departamentos. Muchos de ellos charlaban y se reían mientras apostaban a cuáles de sus compañeros tendrían posibilidades de derrotarme. Con el corazón a mil por hora y cargada de adrenalina, comencé a avanzar en círculos por los 15 tableros, situados en forma de U, realizando un movimiento por turno. Estaban en juego mi reputación y mi carrera. Me bastaban unos cuantos errores ajedrecísticos para perder toda la credibilidad a ojos de mis compañeros.
Al cabo de un rato comencé a ganar partidas. Los susurros se acabaron, la sala se fue vaciando y las expresiones de los allí presentes se tornaron cada vez más serias.
Y, justo en ese momento, advertí la presencia de un hombre muy atractivo en uno de los tableros. Cada vez que me acercaba a su mesa, John me miraba a los ojos como suplicando en silencio "ten clemencia de mí, Olya." Pero tenía una sonrisa diferente. ¿Acaso había visto algo en la posición que yo omití por jugar rápido? ¿Se estaba tirando un farol? “¡Es una trampa!”, me dije, tratando de mantener la calma.
Normalmente, los ajedrecistas profesionales tratan de ocultar sus emociones durante la partida, al contrario de lo que se muestra en la serie de Netflix "Gambito de Dama". Pero la sonrisa de John era contagiosa. Me acercaba a las demás mesas con cara de póker, pero cuando me aproximaba al tablero de John mi expresión se tornaba una sonrisa - no podía evitarlo.
John seguía haciendo jugadas “románticas" en el tablero de ajedrez. Primero, sacrificó su alfil sin obtener ninguna compensación (¡ups!). A continuación perdió uno de sus caballos, de nuevo sin recibir nada a cambio. Por suerte para mí, sus encantos no me distrajeron demasiado durante el juego. Poco después conseguí deteriorar la estructura de peones que protegían a su rey, que no pudo salvarse del ataque mortal de mi dama y pareja de alfiles.
Pero entonces sucedió algo extraño: por primera (y única) vez en mi vida, no tenía la voluntad de dar jaque mate a mi oponente.
Por primera (y única) vez en mi vida, no tenía la voluntad de dar jaque mate a mi oponente.
No quería “herir” los sentimientos de ese hombre tan risueño ni hacer que su forma tan inocente de jugar al ajedrez se viera afectada de ningún modo. Así que decidí prolongar la partida un poco más y descubrir lo que escondía la misteriosa sonrisa de John.
Mientras me acercaba al resto de mesas para hacer mi jugada, eché una rápida ojeada a todos mis adversarios. Todos miraban con atención sus respectivos tableros, sumidos en una profunda reflexión mientras se rascaban la cabeza, se masajeaban las sienes o fruncían el ceño. Todos menos John… que no me quitaba la vista de encima. ¡Lo pillé! Y entonces obtuve mi respuesta.
“Jaque mate,” anuncié al llegar al tablero de John, al tiempo que él me devolvía la sonrisa más amplia y sincera que había visto nunca. No tenía la menor idea de que, mientras que yo creí haber atrapado a John en el tablero, lo que en realidad acababa de conquistar era su corazón. “En el momento en el que me devolviste la sonrisa, supe que tenía que pedirte una cita,” me confesaría más adelante.
La simultánea se alargó durante varias horas, ya que varios jugadores ofrecieron una gran resistencia. Gané 13 partidas y empaté dos. ¡El evento recaudó casi 4.000$ y pude conservar mi trabajo! Y por si eso fuera poco, ¡conocí al que sería mi futuro marido!
Una vez finalizada la simultánea, regresé a mi oficina a comprobar mis emails. De entre varios cientos, uno de ellos destacaba sobre el resto. Era de John: “Gran partida, Olya. ¿Te gustaría salir a tomar algo?”
En ese punto, empecé a darme cuenta de lo que estaba pasando y el pulso se me aceleró de la emoción. Los encantos de John empezaron a surtir efecto en mí finalmente. Y aunque siempre evitaba romances laborales, en este caso decidí guardar el secreto, al menos durante un tiempo. Al fin y al cabo, trabajábamos en distintos departamentos y en plantas diferentes.
Contesté al email de John con un: “Sí, me encantaría”… Seguido de un “Si quiero” tres años más tarde. Hemos estado felizmente casados desde entonces e incluso tuvimos la oportunidad de disfrutar de una tarta nupcial con figuras de ajedrez.